Un día sin saber ni como, ni por qué, decidieron pararse a observar aquellas cosas cotidianas a las que nunca le habían prestado atención.
En silencio y disfrutando de cada momento, sin decirse nada de lo que estaban siendo testigos, respetaban cada segundo. De vez en cuando se miraban a los ojos directamente y con eso era suficiente para saber que ese momento era mágico y único.
Una puesta de Sol que nunca volvería a repetirse.
Se sentían uno solo, dos almas desconocidas que parecían haberse vuelto gemelas, el tiempo se detuvo por un instante, o por lo menos esa era la sensación que tenían, eran los únicos habitantes del planeta, era el principio de un bonito comienzo.
Una puesta de Sol que nunca volvería a repetirse.
Se sentían uno solo, dos almas desconocidas que parecían haberse vuelto gemelas, el tiempo se detuvo por un instante, o por lo menos esa era la sensación que tenían, eran los únicos habitantes del planeta, era el principio de un bonito comienzo.
El Sol, poco a poco fue ocultándose en el horizonte, la luz dio paso a la oscuridad, el calor fue desapareciendo y dando paso a la brisa fresca que llegaba con las mareas.
Permanecieron en silencio, tenían miedo de romper ese momento que deseaban que fuese eterno.
Era el momento de poner el punto y final a esa tarde, el momento de comenzar aquello que los dos deseaban pero que ninguno se atrevía a dar el paso.
Era el momento de besarla.
Era el momento de besarla.
Foto: Playa de la Caleta. Cádiz