miércoles, 15 de octubre de 2014

"Los Justitos" Un viaje difícil de olvidar.



Después de algún tiempo vuelvo con esta entrada en el blog que no se muy bien como empezar a redactar, pues todo lo que viví hace unos días fue tan grande que por mucho que escriba ha continuación se queda corto, tanto en palabras, como en sentimientos. 

Todo comenzó con un whatsapp donde me decía mi amiga Inma Ruiz: -¿He leído que estás de vacaciones? ¿Te apetece venirte al Rocío?. Dudé por unos cuantos días, pues aun me quedaban cosas por hacer en el bar antes de comenzar oficialmente mi temporada de vacaciones, quería dejarlo todo terminado, para poder disfrutar y desconectar totalmente de la "rutina" que había empezado a formar parte de mi vida en este último año.  

El pasado Miércoles confirmé que me "embarcaría" en ese viaje. Al fin y al cabo, pocas son las veces que se presentan este tipo de oportunidades en la vida y creo que hay que aprovecharlas. 
Ahora no tengo la menor duda de que fue la opción mas acertada.

A las 5:00 comenzaba un viaje que no me había dado tiempo ni a planear, pues solo disponía de unas horas para hacer la maleta y poner rumbo a la Aldea del Rocio. 
Una paradita después de tres hora y media de camino, nos sirvió para estirar las piernas y tomar un café y una tostada en uno de esos bares de carretera que permanecen abiertos las 24 horas del día, llamaba la atención el estilo de ese bar, pues parecía por su decoración que debería de estar en el mismo centro de una gran capital. Nos tomamos el desayuno y volvimos a poner rumbo a la Aldea, donde ya nos esperaban desde el día anterior. 

Después de 7 horas y pico, un cambio en el pavimento, (pasamos del negro y firme asfalto, a la arena de albero sin compactar) nos marcaba casi el fin del trayecto. La paz se respiraba en el ambiente, nada que ver con la época de Romería. En un principio, la imagen de aquellas casas, con sus postes de madera donde atan a los caballos, me evocaba ha aquellas películas del Oeste en blanco y negro, que de pequeño mi abuelo me solía poner en la televisión. 

Llegamos tan cansados que decidimos quedarnos en casa, tan solo salimos a un bar de la Aldea para picar algo antes de la comida, para después decidir  que hacer el resto de días, había mucho por ver y el tiempo era escaso. 

Decidimos que la primera visita sería a Sevilla. 



Dejamos el coche en un parking cerca al barrio de Triana, y a pie recorrimos la capital Andaluza.
Lo primero que vimos fue la pequeña y majestuosa Torre del Oro alzada a orillas del Río Guadalquivir, allí estaba como centinela en la madrugada protegiendo a esa hermosa ciudad de cualquier tipo de ataque. 




Seguimos nuestro camino, pues la lluvia nos obligaba a andar un poco más deprisa, y al girar la esquina allí estaba ella, majestuosa, coronando el cielo de Sevilla.
Porque quizá, sin duda alguna, la Giralda se ha convertido en el símbolo por excelencia.



Los muros de la catedral de Santa María de la Sede, el campanario de la Giralda culminando en ese Giraldillo, oteando desde lo más alto cada rincón de su ciudad, permaneciendo impertérrito mientras el tiempo sigue su curso, siendo fiel testigos del progreso y las carencias de esas calles empedradas, que a día de hoy siguen martilleando con sus cascos los caballos que tiran de pequeños carros, sobre los que algunos turistas deciden recorrer de manera mas cómoda cada rincón de Sevilla.



Seguimos nuestro curso, y entre unas cosas y otras, hacemos una parada para picar un poco, pues el hambre estaba empezando a hacer mella en nosotros, así que decidimos ir al que dicen que es el bar mas antiguo de Sevilla, "El Rinconcillo" casa fundada en 1670, así rezaba en su fachada, pedimos unas espinacas con garbanzos, plato que yo no me atreví a probar, y unas croquetas de las que si que dí buena cuenta de ellas. Salimos del Rinconcillo y justo al lado encontramos un bar en el que tomamos unos montaditos de esos que solo existen allí, terminamos de esta manera la hora de la comida, pues ahora tocaba visitar a la Esperanza Macarena.

Como buenos turistas decidimos hacer uso del transporte publico, pues la distancia que nos separaba de la Basílica era considerable, así que tomamos el autobús que nos dejó a escasos metros de nuestro destino.

Lo que viví a continuación fue un momento mágico, algo que pocas veces he experimentado en mi cuerpo, algo que no se como describirlo, tan solo puedo contar que desde que puse los píes dentro de la Basílica un escalofrío se apoderó de mi columna vertebral y mis ojos se inundaron de lagrimas, el tiempo pareció detenerse, y aun que el lugar estaba lleno de creyentes y algún que otro curioso que asomaba por allí como si fuese paso obligatorio de su estancia en Sevilla, me daba la sensación de que estaba completamente sólo.
Un par de fotos para el recuerdo y varias oraciones pidiendo por mis familiares y amigos marcaban el final de esta primera visita, que estoy seguro que algún día volveré a repetir.  




Llegaba el momento de plantearse la retirada, pero no sin antes hacer una visita a la Esperanza de Triana y para ello volvimos a hacer uso del transporte urbano.

Cruzamos el puente de Triana y nos dirigimos hacia la Basílica de la Virgen, allí estaba ella, en su camarín escuchando las plegarias de los fieles que se acercaban a rezar en busca de consuelo divino. 



Ahora si que se acercaba el fin de nuestra visita a la capital Andaluza, así que para despedirnos decidimos sentarnos a tomar algo en la calle Betis, disfrutando de un buen café y de las vistas panorámicas de una Sevilla que da la sensación de que el tiempo no pasa por ella. 




Y del bullicio que nos da la ciudad, pasamos a la tranquilidad y la paz que reina por estas fechas en la Aldea del Rocío. Cenamos, una ducha rápida, y entre partidas al chinchon y parchís, esperamos a que Morfeo haga acto de presencia y nos envié a la cama a descansar hasta el siguiente día.

Ya es Sábado y toca visitar a la Blanca Paloma, majestuosa se alza su ermita donde la marisma le regala el reflejo casi permanente entre destellos de luz y de agua cristalina, cerca se encuentra el pozo que nunca deja de emanar agua pura desde las entrañas de la Tierra.

Pero sí majestuosa es la ermita, mas aun lo es aquella a quienes los Almonteños dedican y vuelcan su devoción. Radiante en el altar, cubierto por pan de Oro, en su camarín se encuentra La Virgen Del Rocío, esperando el ansiado momento de "el salto de la reja".






En esta estancia tuvimos la oportunidad de ver la llegada de la  peregrinación que desde Sevilla hacía la Hermandad con el Simpecado, un momento mágico sin duda alguna. Y es que la devoción y el sentimiento de la Fe que se respira allí, en poco sitios del planeta se puede encontrar.

Amig@s, llegado a este punto paso a presentaros a quienes realmente hicieron posible este viaje.

Desde aquí os agradezco vuestra hospitalidad, por abrirme las puertas de vuestra casa y hacerme sentir como si fuese uno mas de los vuestros.
Porque en este viaje inesperado encontré lo que buscaba, tranquilidad y desconexión. Una escapada a la rutina.

GRACIAS. 


Por que dicen que viajar es un placer, y yo digo que el placer ha sido viajar con vosotros.